Capellades es un municipio de la comarca del Anoia situado a 317 metros sobre el nivel del mar y con una población algo superior a los 5000 habitantes. La aldea de extiende sobre una terraza rica en agua y rodeada de montañas con bosques, frescas arboledas y fuentes naturales. El agua está presente en muchos puntos de este pueblo y es un elemento destacado en parques, como los jardines de “La Bassa”, “La Font Cuitora” o el magnífico parque natural de “La Cinglera del Capelló”.
Es precisamente en este último espacio donde localizamos un importante elemento del patrimonio cultural de Capellades “L’abríc Romaní”. Este yacimiento arqueológico del paleolítico medio está considerado como uno de los más importantes del mundo.
Capellades cuenta también con un destacable patrimonio histórico arquitectónico de los siglos XVII al XIX como “Casa Bas”, el conjunto de casas que forman el barrio de la “Font de la Reina” y la Iglesia de “Santa María”, entre otros. El importante número de molinos de papel que pueden verse en los alrededores de Capellades dan lugar a un valioso patrimonio pre-industrial, testimonio del pasado.
El Museo Molí Paperer de Capellades es uno de los museos más relevantes sobre el papel de ámbito internacional. Situado en un antiguo molino del siglo XVIII, es un museo vivo donde aún se elabora papel hecho a mano. Cuenta con unas importantes colecciones de maquinaria, papeles y documentos datados entre los siglos XIII y XX y desarrolla una importante actividad cultural de dinamización del papel en todos sus ámbitos.
El museo, siguiendo una antigua tradición que en Catalunya se remonta a más de 800 años, continúa elaborando artesanalmente papel hecho a mano –“paper de barba”- de alta calidad. Este se fabrica con la acreditada filigrana “Creu de Malta” (Cruz de Malta), que fue usada entre otros artistas, por Goya.
Fue en la puerta del museo donde nos recibió su directora, Victoria Rabal, la cual tuvo la gentileza de acompañarnos durante todo el recorrido mostrándonos los más recónditos lugares del mismo y aportando profusas explicaciones a Kai sensei y su esposa, ambos maravillados con lo que estaban observando , escuchando… y tocando, ya que determinada maquinaria del siglo XVIII-XIX seguía funcionando y a esto no hay Kai que se le resista y menos resistencia tuvo aún la tentadora oferta de Victoria Rabal para que el matrimonio Kai pusiera manos a la obra, uno después de otro, lanzándose a fabricar ellos mismos una hoja de papel a la antigua usanza sin importarles un ápice el hecho de tener que quitarse la americana y trabajar en mangas de camisa a pesar de la baja temperatura reinante en la sala de elaboración de papel.
Con la visita a la recientemente construida Sala de Conferencias, preparada con la más moderna tecnología audiovisual y que contrastaba enormemente con lo que hasta entonces habíamos visto, nos dirigimos a las oficinas del museo donde su directora efectuó entrega de unos presentes al Maestro y a su esposa Yasuko – cómo estaba disfrutando Kai Yasuko de la visita!!! -. Allí mismo un siempre atento Pere Soler – permanentemente en “Zanshin” – hacía aparecer de su particular chistera mágica un pincel y tinta china y se los entregaba al Maestro el cual aprovechaba una de las hojas de “papel de barba” hecho a mano para caligrafiar unos Kanji, ante la atónita mirada del personal administrativo del museo y que entregó como presente a Victoria Rabal en recuerdo de su visita.
Al salir a la calle abandonando el viejo molino de piedra tuve la sensación de regresar al futuro. Cambiábamos en apenas un instante el blanco y negro por el color, los antiguos muebles por las modernas farolas que alumbraban el paseo, el silencio de las antiguas salas por el ruido ensordecedor de unas motocicletas apurando el cuenta-revoluciones, aquella histórica maquinaria por modernos automóviles.
Mientras observaba estos detalles el “Zanshin” de Pere Soler ya había traido el coche y cargado al matrimonio Kai para, sin perder tiempo, salir disparado en dirección al apartamento de ambos en Barcelona despidiéndose de Sonia y de mí gesticulando con el brazo izquierdo desde el exterior de la ventanilla y gritando: “nos vemos luego en el Dojo!!”
Sí, también habíamos vuelto de la tranquilidad del siglo XVIII a las prisas del siglo XXI
Autor: Víctor Herrero