El deporte y en particular las artes marciales nos ofrece una buena vía de desarrollo de valores que los podemos exportar hacia nuestras vidas. Competir te proporciona una autovaloración y un posicionamiento, pudiendo comparar tus habilidades de tú deporte con otros que comparten tu pasión.
Donde coge impulso la competición es en la preparación, valores como la constancia, compromiso, autoestima florecen cuando nos preparamos para competir, la lucha de mejorar día a día «ser más competentes», centrandonos en aumentar nuestras aptitudes y forjar nuestras actitudes frente a los sucesos que transcurren antes, durante y después de la competición.
Ganar o perder no es relevante, hay unos factores directamente implicados en los resultados: los competidores y nuestra preparación.
Los competidores tienen el mismo objetivo que tú, mejorar día tras día y realizar unos buenos resultados en los torneos.
Nuestra preparación es la lucha contra nuestro yo interior, no contra los demás, superar los obstáculos que pone la mente para acomodarse en sus intereses y distracciones.
La competición bien dirigida puede proporcionarnos herramientas para exportar en lo profesional o personal.
También tenemos la otra cara de la moneda, sino somos cuidadosos con la focalización de la competición puede convertirse en una pesadilla, involucionar….
Creo en la competición formativa, donde los competidores se desarrollan introspectivo para encajar en una sociedad que compite por todo, desde un puesto de trabajo hasta para encontrar pareja.
Si eres competente puedes ser competitivo, si eres competitivo te convertirás en competencia, si eres competencia estas en el tablero de juego.